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jueves, 24 de mayo de 2012

¿Espectador o protagonista?


Era un sábado cualquiera de finales de un invierno de principios de los 80. Desde la habitación, a través de la puerta, podía verse un haz prófugo que escapando de la vaporosa censura, lograba atravesar la ventana del cuarto de baño y esconderse en el pasillo de la casa. Cálido y brillante, despertó a Gabriel, que con los ojos entreabiertos y seguía tapado por las sábanas celestes con dibujos conocidos que lo acompañaban cada noche.

Gabriel, que apenas tenía más de 5 años, permanecía mirando las motas de polvo que bailaban y jugaban con el rayo de luz. Imaginaba que probablemente estas motas intentaban tranquilizarlo diciéndole que intentaría hacer lo posible para que estuviera a salvo allí. En un abrir y cerrar de ojos, la luz se fue y Gabriel, preocupado, se deshizo todo lo rápido que pudo de las sábanas y se lanzó hacia el pasillo para comprobar que es lo que ocurría con la que ya consideraba su amiga. Ya en el pasillo se dio cuenta que no quedaba nada de esa luz directa y sólo había una luz difusa que lo llenaba todo sin crear sombras. Recordando el recorrido del haz, siguió la trayectoria del baile y juegos que había mantenido con las motas, hasta que se topó con la ventana. A través de la reja de la ventana pudo contemplar, en el cielo, la cárcel gaseosa que había secuestrado la luz.