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martes, 22 de marzo de 2016

La Historia (relato)


Y llegó el día en el que los antiguos tuvieron que partir. Seres sabios que habían ayudado, con sus conocimientos y técnicas, a crecer a los seres vivos. Mitad seres humanos y mitad animales, entregaron el fuego a sus hijos para que continuaran su labor. Y así fue, con la marcha de estos, los creadores, llegó el tiempo en el que los hijos de los antiguos pasaron a proteger y guiar al mundo.


Los hijos no comprendieron la obra y, al poco, se corrompieron y degeneraron la obra de sus padres. Y enfrentaron siervo contra siervo e hicieron brotar soles por todo el mundo. Estos soles los cegaron y durante largo tiempo la oscuridad se cernió sobre todo lo que contuviese vida. Lo vivo moría y lo muerto jamás nacería nada. Entonces, el mundo habló y quisieron algunos ancianos que los hijos perecieran permitiendo que los océanos se tragaran a todos. Hijos y siervos sucumbieron y con sabiduría y conocimientos heredados.


Y a los pocos siervos a los que se les permitió la vida, se les grabó a fuego el mensaje de esperanza, dado a sus hijos anteriormente y que dieron los antiguos antes de partir. Y así fue transmitido de generación en generación.


Sólo cuando el sol camine sobre las agua volveremos”


Sumidos en la más absoluta oscuridad vivieron un tiempo largo. Y se extendieron por el mundo multiplicándose. Y paso tanto tiempo que los vecinos dejaron de verse y de hablar la misma lengua. Y el cielo trajo frío y se llevó la lluvia, y pronto muchos siervos murieron. Los siervos interpretaron que los dioses les habían abandonado y para apaciguar a los cielos fueron ofrecidos sacrificios. Pero cada vez se alejaba más el agua y el frío avanzaba inexorablemente. Recordaron el mensaje dado e interpretándolo a la desesperada, comenzaron a ofrecerles sacrificios mediante cremación. Entendieron que todo pertenecía a los ancianos y que todo debía ser devuelto a ellos.


Y comenzaron a venerar al humo. El humo era el alma de los seres y cosas que viajaba para reunirse con los ancianos y en ese momento, en el que el humo se elevaba, se alzaban las plegarias para que sirviera de mensajero. Quemaban a sus difuntos en embarcaciones que surcaban las aguas, así cumplían el mensaje dado: “el sol sobre el agua”.


Y pasaron a alternarse ciclos de sequía con otros de fuertes inundaciones. Y la humanidad comprendió que los cielos no estaban apaciguados. ¡No iban suficientes almas a la casa de los ancianos! En ese momento decidieron que todo debía ser enviado. Cuando el humo se elevaba alzaban con más fervor aún sus plegarias para que el difunto llevara el mensaje. Escribían mensajes que arrojaban al fuego, pero los ancianos se mantenían mudos y demoraban su llegada.
Los siervos enloquecieron por no comprender que no regresaran y pasaron a quemar casas, pueblos y ciudades y a sus vecinos, a sus hermanos, a los bosques del mundo. El incendio se extendió por generaciones hasta que los mismos siervos olvidaron a sus ancestros, el motivo de esos fuegos de los que huían y hasta el sentido del ayer y el mañana. El ambiente estaba enrarecido por el humo.


Ya no sabían porqué estaban apenados, era una sensación, un sentimiento heredado por generaciones que les obligaba a vagar penando por la faz de la tierra. Apenados por la situación, algunos antiguos se compadecieron de los siervos. Éstos, les concedieron las estaciones del año, el apaciguamiento de vientos y mareas y dividieron el mundo en tres y a cada uno les concedió grano según su tierra. Y les concedió conocimiento para comer frutos y así tuvieron arroz, trigo o maíz entre otros. Y les brindaron la fuente de la sabiduría y los frutos del conocimiento con los que despertaron, dejando de ser siervos. Y se convirtieron en mujeres y hombres. Se les cayó el velo y a aquel hombre y a aquella mujer se les reveló el misterio. Y sintieron vergüenza por su naturaleza y sus actos jurando honrase y honrar a todo lo que les rodeaba.


Pero no todos comieron y bebieron en la misma cantidad y aunque iguales en su naturaleza, se vieron diferentes. La envidia y el rencor se apoderó de los menos capaces y usaron la violencia contra sus iguales, a los que marcaron y trataron como a bestias.


Estos menos capaces, llenos de temor, crearon dioses a su imagen y semejanza y vieron que eso era bueno. Y así, sus dioses dieron sentido a todo su alrededor creando el cielo y el infierno, el sol y las estrellas a los que mirar y vio que era bueno. Ese hombre llamó a su mujer y la reprimió y concedió que estuviera por debajo de él y vio que eso era bueno. Más tarde llamó a su hermano, lo capturó y le puso un yugo y lo devolvió a su condición de siervo y vio que eso le era bueno. A partir de entonces los menos capaces decían hablar por boca de sus dioses. Esa humanidad de mujeres y hombres olvidó pronto los misterios y la vida organizada según su naturaleza. El hombre corrompido acabó con sus iguales y marcados por la culpa, fueron convertidos en súbditos y esclavos. Y así pasaron siglos de guerras entre hermanos.


Y el Sol comenzó a caminar sobre el agua. Y los antiguos regresaron pero no fueron vistos. El ser humano ya sólo miraba a los cielos, el sol y las estrellas que ellos mismos habían creado con sus dioses manofacturados. El mensaje sobre su regreso había sido olvidado, maquillado, solapado, sincretizado y finalmente perseguido cualquier atisbo de su razón verdadera, por aquellos predicadores de aquella nueva religión.


Desde lo más pequeño a lo más grande había sido explicado por los apocados por bocas de sus dioses. Cualquier crítica era castigada con la crueldad. La humanidad vivía al son de tambores de guerra, latigazos, hambre y sufrimiento.


Ante tal situación los ancianos se reunieron con aquellos pocos que regresaron por un tiempo para darles dones. Comprendieron la naturaleza del ser y como corrompieron los regalos ofrecidos por ellos. Decidieron hacer brotar frutos de conocimiento en puntos concretos y dispersos, querían evitar repetir la historia pasada. A los humanos que recibieron ese don se les cayó el velo y se plantearon todo lo que les rodeaba. Fueron enseñando con discreción de boca en boca, evitando la persecución y el recelo de los apocados.